-… Y creí que, por alguna extraña razón, mis padres no tenían relaciones entre ellos hasta que cumplí los quince-. Todos los presentes rompieron en carcajadas ante la confesión del más alto de ellos. Simplemente, el juego era un festín para el alma curiosa que poseen todos los hombres. Un deseo de entrometerse en vidas ajenas… Y a la vez, el juego alimentaba aquél impulso, también humano, de reírse de la desgracia ajena.
Todavía risueño, uno preguntó -¿Quién sigue?-
A lo que obtuvo como respuesta un -¡Paco! Paco no ha confesado nada aún…-
-¡Tienes razón!-, concedió otro de ellos –Paco, ¿Qué es lo más estúpido que te has creído? Tu momento más ingenuo-.
-Bueno…-, dijo él entre risas; como quien cuenta un chiste muy bueno, -Una vez tuve una novia, y la amé tanto, que cuando me dijo que me amaría por siempre, ¡Le creí!-.
Nadie rió.