El problema de fondo es la
distribución del poder. Se tiende a creer, masivamente, que las cosas no
cambian, que los de arriba siempre son los de arriba, que cuando las cosas
parecen haber cambiado resulta que siguen siendo las mismas; y esto es falso.
El problema de fondo, en la
situación post-electoral del México del 2012, sí es la distribución del poder.
Y no se ignora la igualmente importante carencia de distribución de la riqueza,
que es bien sabido ser uno de los más grandes déficits del país. En el Espectro
político hay dos vértices con sus respectivos extremos: el
individualismo-colectivismo, y el autoritarismo-libertarismo. En noviembre de
1910, Francisco I. Madero llamó al pueblo de México a levantarse en armas en
contra del autoritarismo del General Porfirio Díaz, y así lo hizo el pueblo;
sí, desde luego, muchos persiguiendo el ideal democrático de Madero, pero
alzándose la gran masa también tras el movimiento agrarista de Pancho Villa y
Emiliano Zapata —recayendo ahí una verdaderamente importante
base popular, y por tanto un factor imprescindible del motor de la revolución
de masa. Ignorando éste hecho, que la revolución mexicana tuvo una fundamental
búsqueda por la redistribución de la riqueza, es que les costó a los
constitucionalistas la insurrección de la División del Norte y del Ejército
Libertador del Sur. Es decir: la Revolución Mexicana, como una revolución
siempre es, buscó trastornar por completo todos los ejes del Espectro político,
y no solamente el del autoritarismo-libertarismo; pero porque la base popular
persiguió ideales del eje del individualismo-colectivismo, es que le da una
importancia vital[1] a la redistribución de las tierras a lo largo y ancho de México y,
por tanto, a la redistribución de la riqueza.
No así en el 2012.
Aunque me reservo la opinión respecto a una Primavera Mexicana, está
claro que no se pretende una revolución por lo menos en el sentido tradicional:
La intención no es tomar las armas y la guerra civil, no ha dado indicios de
ello hasta ahora. Y si bien es probable que busque, en el hecho, trastocar
todos los sentidos políticos, económicos, y sociales, reitero que el problema
de fondo es la distribución del poder. El sentido de la mayoría de las
protestas es en el eje del autoritarismo-libertarismo. Las protestas contra
Peña Nieto, contra el PRI, contra Televisa, contra el IFE, contra Soriana, no
son solamente eso; difícilmente es una lucha (pacífica) contra una persona, o
contra una institución, o contra un partido, o contra una empresa. La lucha es
contra el sistema que distribuye así el poder; poder que si lo pierde Soriana
lo ganará otra empresa privada, que si lo pierde Televisa lo ganará otra
televisora, que si lo pierde el PRI lo ganará otro partido, que si lo pierde el
IFE lo ganará otra institución. Los sistemas no son orquestados por un genio
político, sino a duras penas aprovechados por políticos, empresarios, o líderes
civiles sobre los que recae el poder para mantenerlo, agrandarlo, o explotarlo.
Los sistemas son condiciones dada la distribución del poder, y cuando se altera
dicha distribución se alteran así las condiciones que dan los sistemas.
Por eso es que, a pesar de los
señalamientos y los intentos de aprovechamiento, las protestas que México vive
en el 2012 no son de la izquierda contra la derecha, sino de la ciudadanía
redistribuyendo el poder hacia sí; recuperándolo. Si López Obrador, en un caso
hipotético, arribara al poder preservando la estructura del sistema,
encontraría hoy la misma insurrección con la que se encontró Madero entonces. El
problema particular es la Democracia Representativa. La búsqueda es el poder de
la ciudadanía, la voz política, el resultado de acciones populares en la
política nacional, estatal y municipal. Porque en la Democracia Representativa
se aliena a los ciudadanos de la política, que les afecta directamente,
disminuyendo su participación a la mera elección de sus representantes. Como
civil, puedes votar, y opinar libremente como quien habla con la pared[2];
pero no más, siendo que existe toda una clase política, electa en
representación para hacer por la ciudadanía todos sus menesteres. Y entonces,
en una Democracia donde, por definición, “el pueblo ejerce la soberanía”, el
poder recae únicamente sobre la clase política.
Esta última afirmación, sin
embargo, es sólo válida en otros sistemas políticos como el Corporativismo, por
poner un ejemplo; en las “Democracias más sólidas” es meramente una verdad a
medias: La razón de esto se debe al mercado electoral. Aunque ellos poseen el
poder de actuar políticamente, dependen del mercado para arribar a sus puestos
de poder público, y éste está plagado de intermediarios. El repertorio es
amplio, y van desde el financiamiento privado por personas físicas y morales,
pasando por el apoyo de sindicatos obreros y empresariales, los medios de
comunicación masiva y la Iglesia, hasta las redes de compra y coacción del voto
(públicas y privadas), el involucramiento de las instancias gubernamentales, y el
financiamiento de fuentes ilícitas —por mencionar algunos. El
sistema político-electoral está, así, sujeto al mercado: y se puede estar con
él, reuniendo la mayor cantidad posible de poder de mercado para triunfar en
los comicios; o también se puede estar contra él, utilizándolo en la menor
medida posible, y procurando establecer una relación directa entre el candidato
y el electorado, pero con plena conciencia de que, así amenazando el poder
político de éstos, se verá atacada su imagen pública a través de todos los
recursos posibles de los poderes fácticos. Finalmente, la razón de la carencia
de poder en la clase política se debe a que el triunfo electoral no es por su
propia mano, sino por el apoyo del sistema que así le ayudó a arribar al
“poder”, por lo que les queda en deuda. En otras palabras: Sí tiene la clase
política en su poder el actuar político del que carece la ciudadanía, pero se
ve coaccionado y limitado por los intereses particulares del aparato sin el que
no hubiera podido surgir victorioso de la aparente “voluntad del pueblo”. De
aquí nacen los privilegios, la corrupción y la impunidad.
Es sencillamente
verificable, desde el método en que el IFE sanciona a los partidos tras
infringir normas electorales: Les multa, tras investigaciones que muchas veces finaliza
hasta después de las votaciones. Esto, en el trasfondo, lo que hace es promover
la conducta del haiga sido como haiga
sido de los partidos frente a las elecciones, en las que gana el que tenga
de su lado el mayor poder fáctico. Una vez electo, el pago de las infracciones
es fácilmente financiable a través de la desviación de recursos públicos. De
igual forma, el rebase de topes de campaña significa más una intención que un
delito. Por esta razón es que resulta tan sencillo para los acostumbrados al
sistema el calificar las pasadas elecciones como limpias y transparentes: Se
recontaron más votos de los que nunca se habían recontado en la historia, y la
serie de delitos electorales como la inequidad, el rebase de topes de campaña,
y el lavado de dinero no son nada extraordinario; y el PRI no es el único que
ha incurrido en ello.
Enrique Peña
Nieto, ciertamente, es la encarnación del marketing político. Es indignante el
historial político del Partido Revolucionario Institucional, sí, y también es indignante
lo que el propio Peña Nieto llevó a cabo “para restablecer el orden y la paz en
el legítimo derecho que tiene el Estado Mexicano de hacer uso de la fuerza
pública” en San Salvador Atenco; pero además, hondamente, es indignante la
forma en que personaliza el sistema político contra el que se protesta: Su
matrimonio con la actriz de telenovela, su estribillo sobre la “Democracia”, su
amparo a corruptos, ladrones y pederastas, su relación con los medios, su
imagen en cada esquina de cada ciudad, sus regalos, su sonrisa perenne y su
copete, su nombre cual marca. El hombre grita mercado en cada
centímetro de su piel, en cada segundo de su campaña, pre y post. Quizá no la
persona física, pero el personaje, el político Enrique Peña Nieto es la
Democracia de Mercado en carne y hueso.
No sólo por el
PRI, sino por sí sólo, el Licenciado Peña ya genera inconformidad y disgusto —en
un sector un paso más allá del atento grupo de homovidens. No
es sorpresa, entonces, que hayan surgido tantos movimientos de repudio. Pero
así sea la personificación de dos males que tienen a una importante fracción de
los mexicanos al filo de hartazgo, finalmente es la figura en México de un
malestar mundial. Como en México se protesta contra los medios de comunicación
masiva, en Estados Unidos se protesta contra los privilegios de las élites, en
Grecia contra el intervencionismo extranjero y la imposición de políticas "neoliberales", en Egipto contra el autoritarismo y la represión, en Chile contra
la privatización de la educación, y en España contra la intromisión bancos y
corporaciones en la política nacional; éstos, por mencionar unos ejemplos
destacados, no tendrán ni el mismo punto de partida ni las mismas condiciones
socio-políticas, pero sí comparten dos principios fundamentales: La
redistribución del poder hacia la ciudadanía, en la búsqueda de una Democracia
participativa y una soberanía verdadera, y el distanciamiento del modelo
político que Estados Unidos ha importado[3] en el proceso de Globalización —es decir, del modelo económico del
Consenso de Washington y de la Democracia de Mercado.
El espíritu de estas
manifestaciones, de esta resistencia, es la Democracia. Y es preciso entender
que es imposible, en un sentido práctico, ejercer una Democracia en una
sociedad políticamente pasiva; y es preciso comprender que una Democracia
excluyente no es democrática; y es imprescindible tener presente, siempre, que
“La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo”, que
“Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste”,
que “El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho a alterar o
modificar la forma de su gobierno” y así lo hará. Porque el pueblo mexicano —junto con el pueblo del mundo— está determinado a retomar el poder
que se auto-confiere tras el contrato social, para relegarlo no a una clase
política, no a un mercado oligárquico, sino a sí mismo en pleno conjunto; por
eso abre, inevitablemente, un espacio prioritario en el sistema político para la
sociedad civil, a modo de contrapeso, balance, y separación entre el Poder
Público y el Mercado —y si el sistema político se rehúsa, lo revolucionará para
que así sea.
——————————————
[1]
Y por esto mismo, es que no podemos entender un “final de la Revolución
Mexicana” antes de 1940; o si no, no podemos llamarla otra cosa que una
revolución fallida.
[2]
Cuyo único resultado es afectar la imagen pública de los políticos partidistas —que, como cualquier producto, se ve dañado en la aceptación del
mercado; siendo éste, el del mercado electoral—; pero nada que los medios no
puedan arreglar, como hemos comprobado.
[3] En
mayor o menor medida, desde el propio Estados Unidos hasta los países árabes
que, si bien no estaban del todo dentro del modelo, transitan tras sus
revoluciones en un sentido distinto.