Entre los recovecos

Estamos juntos, y yo te cuento de política mientras tu pelo me acaricia la mano.


No es que me lo preguntes, al contrario: a penas lo comentas, o lo sugieres, y yo voy monologando poco a poco sobre el tema que propones; es un pacto secreto que tenemos, tú sabes que me gusta contarte de política, y yo sé que te gusta que te cuente cosas. Sólo a veces haces una o dos intervenciones, me preguntas de qué partido es Mengano, y por qué si Zutana no era de derecha había votado en contra en el Senado. Yo me decanto entre todos los temas que conozco; unos días sobre la coyuntura que leí en Al Jazeera, y otros sobre un capítulo muy bueno de El Contrato Social que leímos en clase. Otros días, más creativo, me inspiro y te platico que si tomamos como referencia lo que dijo Linz del autoritarismo, los monopolios son al Mercado lo que el PRI es a la Democracia.

Yo no sé qué tanto te importe la política; tal vez algo, y tal vez nada. Pero sabes que me gusta, y me preguntas, y me escuchas siempre, y con un poco más de suerte hasta estamos de acuerdo en lo que digo. Un día me puse a platicarte cómo tomaron el poder en Camboya los Jemeres Rojos, y antes de explicarte quién era Pol Pot me interrumpiste con un beso muy suave; la verdad es que nunca me había gustado tanto que me interrumpieran, tanto, y tan seguido. Ojalá pudiera contarte luego de Rasputín para que no me dejes terminar el día de su muerte, y mejor me mates tú de las formas que guardas bajo llave entre tus labios y tu corazón.

Hoy has leído mucho y pienso que si no es ya, será en cuestión de meses o días que sepas más de economía que yo. Pero independientemente de que llegue el día (o de que llegó ese día), nos complementamos siempre porque yo soy poesis y tú eres praxis; aunque tú estudies economía internacional, y yo sólo piense en mis curvas de oferta y tus curvas de demanda, y de conquistar tu cuerpo sin barrera arancelaria. Incluso, de no ser por tus ojos que me comen como dos mandíbulas, y por mis ganas de tener algo nuevo que ladrarte, dejaría de leer los días de mi desgana y me echaría a dormir en el pasto del ITESO; sobre todo si los pequeños pajarillos me van trepando en lugar de volar alrededor mío, y sienta sus patitas en mis dedos, y en mis rodillas, y en mi ombligo, y en mis labios, y luego los vea regresarse en un batir de alas a las comisuras de tu boca y ponerse en octubre a silbar la primavera.

Al final nos reposamos, y tu cabello siempre me acaricia las manos, y tus oídos le cuentan a mi boca cosas de amor y de política. Pero a pesar de tanto que he dicho, entre todos los temas que he tejido, por todos los personajes y todas las historias, y todos los “hubieras” que te he ilustrado: qué bueno que todavía no llega el día en que me preguntas medio dormida que en qué lado de la ideología me planto. Yo planto poemas, pero ¿plantarme yo? ¿Plantarme en algún lado? ¿Dónde se echan las raíces de los dedos y las neuronas, y de cualquier otra parte del cuerpo que en primer lugar ni es mío?

Yo no quiero casarme con el comunismo, ni con el capitalismo; ni con el socialismo, ni con el individualismo; ni con el anarquismo, ni con el institucionalismo; ni con el puritanismo, ni con el hedonismo; ni con el priismo, ni con el zapatismo; ni con el bolivarismo, ni con el americanismo; ni con el monetarismo, ni con el estructuralismo; ni con el autoritarismo, ni con el libertarismo. Yo no quiero casarme con nada ni nadie; yo sólo quiero casarme contigo.

Prólogo

Sístole y diástole;
exhala.
Beso bohemio
en labio francés.
Pestañeo,
sobriedad adúltera,
alucinación.
Repetición subsecuente.

La reliquia de la vida
es la poesía
de un beso empedernido.
El amor de tinta
ahora es de pixeles.
Haz el amor con tu arte,
y el arte con tu amor.

Furor,
fulgor,
finura.
L'amour c'est tout.
(Tout c'est toi!)

Oblícuo contenedor,
ambíguo,
tentativo.
¡Vértigo en la espina dorsal!

Y sístole y diástole.